La cruz es un signo de muerte. Hoy estamos especialmente sensibles a esta realidad. Somos conscientes de nuestra fragilidad, de nuestra enfermedad que desemboca en la muerte. Cuando el horizonte se nubla por la pena y el dolor, cuando nuestros ojos no ven por las lágrimas, siente que a tu lado, sufriendo en la cruz está Cristo. Él ha muerto por nosotros y lo ha hecho por amor. Que nuestra vida también sea una vida de entrega, de generosidad y de servicio. Así, cuando llegue el momento final de la muerte o cuando estemos acompañando pequeñas muertes en el día a día podremos terminar de recitar el mismo Salmo 22 que Jesús comenzó en la cruz:

“¡Que sus corazones vivan para siempre! porque esta es la obra del Señor”.


0 comentarios

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *