Cuando pienso en el día de mi ordenación, solo me sale emoción, sensación de gratuidad. Porque fueron muchas las muestras de cariño que tuve durante los días previos por parte de mi comunidad, de mis familiares, amigos y compañeros y compañeras no solo de la Congregación de la Misión, sino de la facultad, de las distintas órdenes religiosas con las que he compartido formación y las personas que componen las distintas obras sociales en las que he prestado mi servicio pastoral como seminarista Paúl. En mi acción de gracias dije que era el día más importante de mi vida hasta el momento, porque también era compartido con gozo, alegría y desde un apoyo incondicional de toda mi familia y especialmente de mis padres. Y eso ha sido la mayor vitamina para mi proceso.
Pero en el momento concreto de la ordenación fue muy emotivo la imposición de manos por parte del Obispo y el resto de compañeros sacerdotes. Aunque el momento más emotivo fue en la postración, en la cual pensé: soy pequeño, frágil y con debilidades, pero tú Señor me has elegido y me darás la fortaleza suficiente para entregarme al servicio del ministerio sacerdotal como misionero Paúl. Le dije en voz baja y cortada por la emoción y entre lágrimas: Señor, sabes bien que estoy dispuesto a ir donde tú me pidas, por eso en este seguimiento revísteme de Ti, para donarme sin reservas, y dame luz en la oración para realizar tu voluntad.
La Ordenación es el punto de partida de una tarea que empieza en la Unidad pastoral Dulce Milagrosa, lo hago con ilusión y agradecimiento a todos los que la componen, seréis mi familia, mi hogar, por ello espero que nos cuidemos. Y le pido a nuestra Madre la Virgen María que me guíe siempre por la senda de la fidelidad y la alegría. Que el Señor nos llene de su Espíritu para llevar a cabo esta tarea evangelizadora desde la sinodalidad que la Iglesia requiere ahora de nosotros.
Juan Cruz Vela CM – Vicario Pastoral
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